18 de abril de 2012

Faire du jogging à l’Elysée. Reflexiones sobre unas presidenciales al hexágono.


Cuando estamos en la penúltima etapa de las maratonianas elecciones francesas, las más dilatadas de Europa (y las segundas más largas del mundo tras  las eternas estadounidenses), no me resisto ha plasmar varias reflexiones sobre la misma.

Recuerdo especialmente la última vez que el hexágono eligió a su monarca republicano ya que personalmente fueron las primeras elecciones que seguí con autentica avidez hace ahora cinco años.

Entonces, el avezado corredor de pista Sarkozy se impuso a la una Ségolène que no paraba de dar palos de ciego. Hoy, el Presidente corre nervioso un sprint final que le impida llamar al camión de mudanzas, mientras que el candidato socialista, François Hollande realiza una marcha por los Campos de Marte esperando tranquilamente a que aparezca el Eliseo por alguna esquina. Evocando a otro aficionado a estas caminatas (le promenade) era aquel del que ahora Hollande se quiere hacer pasar como una versión 2.0: Mitterrand.

Trailer de la película: Le Promeneur du Champs de Mars

Con los sondeos en la mano, verdadera arma política de destrucción masiva; todo parece indicar que se volverá a cerrar el circulo ideológico presidencial iniciado tras De Gaulle:  gaullista à liberal à socialista: Pompidou à Giscard à Mitterrand à Chirac à Sarkozy à ¿¿Hollande??

No obstante, los franceses son un pueblo raro, rodeados de una mitología y valores propios que al resto de europeos nos cuesta comprender. Más en una época donde se realizan verdaderos malabarismos con tal de disimular la huida de la grandeur, autentico leitmotiv nacional. Verdadera prestidigitación como dejar decidir a Alemania, cuando nunca has dejado de mirarla con suspicacia y altanería, con la única condición de hacerle las ruedas de prensa y aparentar que todavía estas ahí. Los franceses son muy de aparentar, otro hecho innegable de su carácter.

Políticamente, serán mucho más interesantes los datos de la primera vuelta que los de la segunda (que al fin y al cabo constituyen para el votante la elección del mal menor). En la primera vuelta se vota con el corazón, en la segunda, con la cabeza. 

Votar con el corazón puede implicar dos cosas: votar al que más te gusta (de ahí que los dos candidatos mayoritarios a duras penas superen en 50% en intención de voto), o al antagónico del que más odias (los in crescendo Le Pen y Mélenchon).

Con los votos de la primera vuelta se podrán percibir los resultados de las legislativas de junio, pasando el tamiz del sistema electoral súper-mayoritario (distritos uninominales a dos vueltas). Y a partir de ahí los cambios tectónicos partidistas que acaecerán. Especialmente en el totum revolutum de la derecha francesa, donde una UMP (nacida inicialmente como Unión para la Mayoría Presidencial y remasterizada luego con un nombre más light) tendrá poco que hacer sin esa mayoría, y es que el poder une mucho, muchísimo.

Pero hasta entonces, la carrera sigue abierta por ver quien inmortalizará su figura en el nuevo testimonio del carácter sano y jovial de los presidentes, impuesto desde los gabinetes de comunicación: la foto haciendo footing.



Post Scríptum: Si pudiera votar en las presidenciales francesas, votaría con el corazón y en positivo; hacia el candidato que más me gusta ideológica y personalmente, pese a ir por los suelos en los sondeos: Dominique de Villepin. Un aristócrata laico que representa el gaullismo clásico, representante del poder del estado y de la alcurnia funcionarial pero que nunca negaría la diversidad de la sociedad francesa (es miembro de esa amplia parte de la clase política francesa, biológicamente en decadencia que es nacida en outre-mer) ni caería en absurdos populismos eurofobos. Y sin olvidar nunca la faceta social.